Sáb. Sep 20th, 2025

Lejos de ser un asunto de voluntad individual, la pobreza en México muestra características persistentes que la vuelven “pegajosa”. Desde una perspectiva keynesiana, los bajos niveles de consumo, la falta de inversión en capital humano y la limitada capacidad redistributiva del Estado generan círculos viciosos que mantienen atrapadas a millones de personas. Registros oficiales, bases de datos internacionales y testimonios de especialistas confirman que este fenómeno no solo afecta a los hogares más pobres, sino que también limita el crecimiento económico del país en su conjunto.

La evidencia estadística respalda la idea de que la pobreza en México es un fenómeno de difícil salida. Según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), más de 46 millones de personas vivían en situación de pobreza en 2022. De ese universo, el 52% permanecía en la misma condición desde al menos una década atrás. Estas cifras fueron corroboradas por la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) y por un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), lo que confirma la persistencia intergeneracional de la precariedad. La pobreza, lejos de ser circunstancial, muestra un carácter estructural que la hace “pegajosa”.

Un elemento clave señalado por Keynes —la demanda agregada— ayuda a entender esta trampa. En economías donde los ingresos de la mayoría son bajos, el consumo se reduce, lo que frena la inversión privada. En México, el Banco de México ha documentado que los hogares en pobreza destinan más del 50% de sus ingresos a alimentación, con poco margen para otros bienes. Esto limita el dinamismo interno y genera lo que economistas llaman un “círculo vicioso de baja demanda”. El problema no es solo moral, sino macroeconómico: una mayoría sin poder adquisitivo impide que la economía crezca al ritmo necesario.

El déficit en inversión social refuerza esta inercia. Documentos de la Auditoría Superior de la Federación (ASF) muestran que, entre 2015 y 2020, el gasto federal en salud se redujo en términos reales un 11%, mientras que la inversión en infraestructura educativa cayó en proporciones similares. Diversos estudios del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) confirman que la falta de acceso a servicios básicos de calidad se traduce en baja movilidad social: un niño nacido en un hogar pobre tiene 75% de probabilidad de seguir en la misma condición en la edad adulta. La pobreza, entonces, se transmite como una herencia silenciosa.

Otro ángulo es la concentración de la riqueza. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reporta que el 10% más rico concentra más del 33% del ingreso nacional, mientras que el 10% más pobre apenas accede a un 2%. Investigadores del Colegio de México han demostrado que esta desigualdad reduce el efecto multiplicador del gasto: los recursos se quedan en circuitos de consumo de élite y no irrigan al conjunto de la economía. En otras palabras, el dinero circula poco entre los pobres, perpetuando su situación y restando dinamismo al mercado interno.

Las expectativas negativas también juegan un papel central. Keynes insistía en la importancia de la “confianza” como motor económico. Un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) documentó que los hogares en pobreza suelen evitar endeudarse incluso para actividades productivas, por miedo a no poder pagar. Testimonios recabados en entrevistas realizadas en municipios de Oaxaca y Chiapas por el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS-UNAM) revelan la misma lógica: “Si me enfermo y debo, pierdo todo”, declaró una comerciante ambulante de San Cristóbal de las Casas. La inseguridad económica genera una parálisis que vuelve la pobreza aún más difícil de superar.

Las políticas fiscales contracíclicas aparecen como un antídoto viable, pero no siempre son aplicadas. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México invierte apenas el 7% del PIB en gasto social, frente a un promedio del 20% en países desarrollados. Esto significa que el Estado mexicano carece de margen para aplicar estímulos a gran escala en épocas de recesión, limitando su capacidad de romper los círculos viciosos que describía Keynes. La falta de un colchón social robusto condena a millones a depender de empleos informales y precarios.

La pobreza no solo afecta a los más vulnerables, sino que es un freno al desarrollo nacional. El Banco Mundial estima que México pierde hasta 2.5 puntos porcentuales de crecimiento anual por la subutilización del capital humano atrapado en la pobreza. Millones de trabajadores sin acceso a educación de calidad o capacitación formal terminan en ocupaciones de baja productividad, reduciendo la competitividad del país en el escenario global. Combatir la pobreza, desde la óptica keynesiana, no es un acto de beneficencia, sino una estrategia económica racional.

En síntesis, la acumulación de datos, documentos oficiales y testimonios académicos confirman que la pobreza en México es “pegajosa”: se adhiere a las familias, se hereda y se convierte en un freno estructural para el crecimiento. Keynes ofrecería una respuesta clara: romper esa pegajosidad con inversión pública, redistribución y políticas contracíclicas. Sin esos instrumentos, la desigualdad seguirá perpetuándose, y con ella, la imposibilidad de construir un mercado interno fuerte que sostenga el desarrollo económico.

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