Jue. Nov 6th, 2025

Por Aurora Fernández

La antropóloga y especialista en neurociencia Izanami participó en el programa Roca Project, donde abordó los mecanismos biológicos y culturales que determinan el comportamiento humano. En una conversación franca, explicó que el cerebro procesa más de 40 mil estímulos por segundo y que su principal objetivo no es la felicidad ni el éxito, sino la supervivencia.

Según la investigadora, las reacciones instintivas como la huida, la lucha o el sometimiento no son decisiones conscientes, sino respuestas automáticas del cuerpo para mantenerse con vida. En situaciones extremas, dijo, el cerebro “no entiende de dignidad”, porque su misión es asegurar la continuidad biológica a cualquier costo. Estas respuestas, cuando se vuelven permanentes, pueden transformarse en estrés crónico o depresión.

Izanami planteó que la biología y la cultura actúan como el “hardware y el software” del ser humano: el cuerpo físico pone los límites, mientras que la sociedad instala los valores, hábitos y creencias que guían las acciones. Sin embargo, advirtió que muchas veces los pensamientos o recuerdos activan las mismas respuestas químicas que los hechos reales, de modo que revivir un trauma o un miedo tiene efectos físicos tangibles.

Durante su exposición, subrayó la relevancia de la epigenética, una rama de la biología que demuestra cómo los hábitos de vida pueden activar o desactivar genes y transmitir esa información a futuras generaciones. Es decir, no solo se heredan los rasgos físicos, también ciertas respuestas emocionales, como los miedos o las conductas de defensa aprendidas por los antepasados.

La antropóloga recordó que la infancia es el periodo más determinante para la formación del cerebro, pues entre los cero y seis años este funciona en un estado similar a la hipnosis. En esa etapa se programan las respuestas de supervivencia: un niño que crece en un entorno violento o inseguro aprende a reaccionar de forma exagerada ante cualquier estímulo similar en la adultez, aunque el peligro ya no exista.

Desde su experiencia personal, Izanami también relacionó las emociones con la biología. Explicó que el miedo a la soledad, el deseo de pertenecer y las respuestas de sumisión en relaciones dañinas provienen de los mismos mecanismos cerebrales que protegían a los humanos primitivos. En sus palabras, “el cerebro no distingue entre lo emocional y lo biológico, solo busca mantenerte a salvo”.

En la entrevista, advirtió sobre los riesgos de colocar la ideología por encima de la biología, señalando que negar la realidad corporal o genética genera confusión social y moral. “Cuando la verdad depende de lo que cada quien sienta, perdemos el sentido de lo real”, comentó, en referencia a la creciente tendencia de reinterpretar conceptos básicos como sexo, identidad o moralidad.

Asimismo, reflexionó sobre la espiritualidad como un componente universal del ser humano. Recordó estudios que correlacionan la salud mental con la fe y la práctica espiritual, especialmente en sociedades donde las creencias religiosas forman parte de la vida cotidiana. Aseguró que la necesidad de conectar con algo superior está presente en todas las culturas, incluso entre quienes no se consideran creyentes.

Finalmente, Izanami compartió su historia personal con la depresión y su proceso de recuperación, atribuyendo su mejoría a una mezcla de tratamiento médico, autoconocimiento y fe. Para ella, más allá de la felicidad, la meta es alcanzar la paz interior y comprender que el bienestar no se obtiene controlando la vida, sino entendiendo cómo el cuerpo, la mente y el espíritu actúan como un solo sistema.

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