Sáb. Nov 8th, 2025

Durante décadas, la comida fue víctima de la velocidad. Entre el trabajo, el tráfico y las pantallas, comer se volvió una tarea más que una experiencia. El “fast food” se instaló no solo en los restaurantes, sino también en los hábitos: comidas frente al celular, snacks para engañar al hambre y la idea de que cocinar es una pérdida de tiempo. Sin embargo, algo está cambiando. Cada vez más personas buscan comer con propósito, redescubrir el valor del alimento y reconectarse con la cocina como acto de bienestar y conciencia.

El movimiento del “slow eating” —comer despacio, saborear cada bocado y prestar atención al origen de lo que consumimos— surge como una respuesta cultural y emocional al ritmo acelerado de la vida moderna. Inspirado en el “slow food”, nacido en Italia en los años ochenta como protesta contra la comida rápida, este enfoque propone una revolución silenciosa: volver a disfrutar sin culpa y sin prisa.

Comer con propósito no es una dieta ni una moda, sino una actitud. Significa darle valor al proceso: desde elegir ingredientes locales y de temporada hasta cocinar en casa como un ritual. Es preguntarse de dónde viene lo que comemos, quién lo produce y cómo impacta en nuestra salud y en el planeta. Cada decisión alimentaria se convierte, así, en un pequeño acto de consciencia.

Una de las tendencias más visibles de este cambio es el regreso a lo artesanal y natural. El pan de masa madre, por ejemplo, ha resurgido como símbolo de paciencia y saber tradicional: requiere tiempo, fermentación lenta y atención al detalle. Lo mismo ocurre con los alimentos fermentados, como el kéfir, el kimchi o la kombucha, que no solo aportan beneficios a la microbiota intestinal, sino que nos reconectan con procesos culinarios ancestrales.

También crece el interés por la cocina de temporada, que aprovecha los ingredientes frescos disponibles en cada época del año. Este enfoque no solo mejora el sabor y el valor nutritivo de los platos, sino que reduce la huella ambiental al evitar transportes largos y cadenas industriales. Comer según el calendario natural es una manera sencilla de respetar los ciclos de la tierra.

Otro aspecto del “slow eating” es la relación emocional con la comida. Durante mucho tiempo, el acto de comer estuvo asociado a la culpa o al control: calorías, restricciones, “permitidos”. Hoy, la tendencia apunta hacia una alimentación más compasiva, donde disfrutar también es saludable. Comer conscientemente significa escuchar al cuerpo, saborear sin distracciones y agradecer lo que se tiene en el plato.

El cambio no requiere transformaciones radicales. A veces basta con apagar el celular durante la comida, preparar algo desde cero o compartir la mesa con calma. Son gestos pequeños que devuelven significado a lo cotidiano.

En un mundo que nos empuja a ir siempre más rápido, detenerse para comer se vuelve un acto de equilibrio. Cocinar, o simplemente degustar sin prisa, es una forma de presencia: nos ancla al momento, nos reconcilia con nuestro cuerpo y nos recuerda que nutrirse va mucho más allá de alimentarse.

Al final, comer con propósito no se trata de seguir reglas, sino de volver a sentir placer en lo esencial. Porque cuando la comida se convierte en experiencia y no en trámite, también alimenta algo más profundo: la conexión con nosotros mismos y con la vida que nos rodea.

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